viernes, 21 de marzo de 2008

Terapia regresiva (VIII)

Tras el descanso, siempre con refrigerio de dulces, tés y bebidas varias, continuamos con la clase que se iniciaba con la sesión de regresión hasta la hora de comer.

Cristina, como siempre, me preparó y esta vez puso en mi mano izquierda un cuarzo, una bola redonda que tomé con ilusión. Esperaba que eso me ayudaba a cruzar la barrera de mi inseguridad por entrar. Algo que se repitió cada vez, porque nunca estuve segura de conseguir entrar en regresión, a pesar de la facilidad que parecía acompañarme en cada "transito".

Enseguida visualicé el jardín y el arco tras la relajación, apenas lo cruce me encontré en una inmensa pradera, con un sol alto y una brisa agradable. Siguiendo sus indicaciones, me vi a mi misma como un mongol, mi vestimenta no me dejaba dudas, me vi como un joven menudo pero ágil y fuerte, de unos 30 años. Mi trabajo consistía en conseguir y domar caballos salvajes. Conseguí una buena manada que siguieron dóciles a su líder tras su doma.

Parecía tener un don especial con ellos, no me resultaba muy difícil. Disfrutaba y ellos no tardaban en entregarse, como si me sintieran amigo. Todo eso lo sentí claramente mientras subido al lomo del líder de la manada me dirigía a mi poblado. Allí me recibieron con cariño, nos conocíamos todos.

Me hizo buscar mi hogar y ser si tenía familia. Efectivamente la tenía, una compañera que era mi alegría de vivir, nos compenetrabamos de tal modo que sólo mirarnos ya sentíamos que nos lo decíamos todo. Fui a otra escena, era el atardecer, y a los dos nos encantaba montar y dar largos paseos. Era imposible ser más feliz.

Cristina me hizo avanzar a algún otro momento significativo y lo siguiente era ver a mi mujer dando a luz a un precioso hijo. Si antes creía no poder ser más feliz, la sensación de plenitud, de inmensa protección que sentía en ese momento se hizo presente en mi corazón.

Pasamos a otra escena y me vi con el resto del poblado intentando hacer una empalizada alrededor del pueblo con lo poco que teníamos. Nos dedicábamos esencialmente al pastoreo, no teníamos armas defensivas más que las de labor y nos habían advertido que una tribu venía a saquearnos y ya sabíamos lo que eso significaría.

Apenas nos dio tiempo a nada, enseguida divisamos sus caballos y cada uno corrió a defender lo suyo.
La siguiente escena fue verme delante de la casa mirando ora dentro a mi familia ora fuera sin saber muy bien lo que sucedería o mejor dicho sin querer detenerme mucho en ello, la urgencia era enfrentarse a lo que venía.

Un jinete vino derecho a mí, era más grande que yo. Sin apenas darme tiempo a mirar por última vez dentro, sentí que mi cuello ardía. De la herida manaba sangre y sentí que la vida se me escapaba.

En esos mementos de agitación en los que le iba relatando a Cristina lo que sucedía, me pidió que me permitiera sentir todo, la rabia, el dolor inmenso de no poder defender a mi familia. La desesperación que sentí era tan grande que en ese momento me rompí. Cristina con sumo cuidado me pedía que siguiera sintiendo y dejando salir todos esos sentimientos. Con otro cuarzo en forma de lápiz, empezó a intentar "borrar" de mi cuello y garganta, aquella herida, física en aquellos momentos e incrustada desde entonces en mi cuerpo etérico.

Algo más tranquila me pidió que hiciera un puente con mi vida actual y tratara de encontrar momentos de suma tensión o desesperación en los que se pudieran manifestar síntomas de algún bloqueo en la garganta....efectivamente, los recuerdos vinieron instantaneamente.

Durante toda mi adolescencia, una de las peores épocas de mi vida, perdía la voz con suma facilidad, mi afonía era practicamente crónica y por otro lado me resultaba imposible comunicar mis sentimientos afectivos. Viví una relación terrible emocionalmente y era incapaz de abrir la boca para expresar nada de lo que sentía, todo lo escribía.

Cristina me pidió que sintiera mientras me hacia "el borrado" que comprendiera que ya estaba curada, que ahora ya sabía una de las razones de esa impotencia para expresarme, la misma que sentí cuando me vi impotente ante la muerte o la suerte de mi familia. Los sentimientos de haberles fallado, de no haberme podido ni despedir ni gritarles que huyeran...pero adonde... Sin embargo arrastré ese dolor cuando abandoné mi cuerpo... y una vez más la vida me alejaba de una forma violenta y terrible de la posibilidad de vivir ese amor en paz, de ver crecer a mi hijo, impotente ante los hechos y las circunstancias.

Enseguida me vi entre vidas, pero sigo sin recordar que pasó, es lo que encuentro más curioso de todo, sé que dije muchas cosas pero está borrado ahora de mi memoria.

Seguimos la sesión y me vi en otra vida. Esta vez era una señora de alta cuna. Una mujer de edad, con el pelo blanco en un hermoso recogido. Llevaba un vestido largo del estilo de finales del XVIII, principios del XIX. Llevaba un collar de perlas y me percibía con una gran serenidad. Con una gran elegancia.

Como siempre Cristina me pidió que viera si estaba fuera o dentro de algún edificio. Estaba en mi casa, una gran mansión. Me hizo buscar otras personas en la casa, me dirigí a la cocina y allí había personal preparando la cena. Me indicó que buscara si tenía hijos y abrí una habitación de niños, pero no tenía hijos. Seguí por la casa y encontré a mi marido en una espaciosa y bien surtida biblioteca, un hombre también muy sereno. Había mucho cariño entre nosotros, éramos, lo sentí, compañeros.

Ahora me doy cuenta que la sensación de comodidad que sentía con ese hombre era muy agradable. El tema sentimental no era el que venía a trabajar en esa vida. No se puede decir que fuera el mismo tipo de amor profundo y empático que había tenido y perdido en las vidas en las que sí amé con toda el alma. Pero ahora entiendo que hay vidas en que según la lección que uno tenga que aprender, encontramos un tipo u otro de relación.

También he comprendido que cuando la saturación de un conocimiento llena el alma, por entendida la lección, ya no es necesario repetir la lección. En el caso del las relaciones afectivas, las personas que han encontrado el amor por derecho propio, tras haberlo perdido y encontrado tantas veces como hizo falta para comprender lo que este significa y la importancia de ser fieles y valientes al propio corazón, ya no es necesario sufrir más con respecto a ese tema y en todo caso se pasa a otro nivel de experimentación.

Pero esto era un inciso antes de continuar con las escenas de esa vida en algún lugar presupongo, por lo muebles y el estilo de todo el conjunto, de Inglaterra.

Cristina me sugirió y ahí demostró una vez más una aguda intuición y saber como terapeuta, que fuera hacia atrás en esa vida y enseguida me vi en el mismo salón, pero mucho más joven. Tenía gemelos. De ahí la habitación de niños... sin niños.

Mis hijos lo eran todo para mí, eran pequeños y disfrutaba mucho de ellos, eran traviesos. Los veo corretear por la casa. Me voy a otra escena y nos veo preparados para salir a la calle. En ese momento empecé a inquietarme, Cristina lo notó y me pidió que siguiera. Lo siguiente que vi fue que los niños al abrir la puerta salieron corriendo hacia la cancela y antes de que pudiera detenerles, la abrieron y lo que siguió me bloqueó, Cristina me pidió que explicara lo que veía y rotundamente le dije "No quiero".

Me guió hacia otra escena y me pidió que le relatara que pasaba. Me vi llamando a mis niños por la mañana, poniéndoles el tazón del desayuno. Nada había cambiado para mí, mis hijos seguían ahí y de ningún modo podía entender que se habían ido.

Mi marido estaba desolado, fueron muchos médicos para intentar ayudarme, pero no podían. Él no sabía que hacer y lo siguiente que veo es que viene una mujer a casa, una anciana, en ese momento me pareció que vestía como una zingara, pero ahora entiendo que pudo ser un Sari indu, y eso tendría sentido dado todo lo demás.

Esa mujer me tomó de las manos y sentí algo, como una corriente que me transmitió confianza y lo que entendí es que vino durante mucho tiempo a mi casa. Hablaba conmigo y un buen día, comprendí, acepté y asumí lo que había pasado.

Lo siguiente que vi era el salón de mi casa, había muchas mujeres sentadas, de toda condición social. Todas habían perdido a seres muy queridos, casi todas a hijos.

Yo me dedicaba a transmitir y enseñar lo mismo que la anciana me enseñó a mí. Les transmitía mucha paz, esperanza y serenidad. Les explicaba que la muerte no existía y otras cosas que ahora no recuerdo bien. Esa misma labor me había llenado el vacío que tenía por una gran serenidad, paz y profunda amistad y cariño por aquellas personas.

Lo siguiente fue verme en mi cama rodeada de muchos amigos, mi tiempo se terminaba y había reunido a todos los que quería, para que vieran que todo cuanto les había trasmitido fue sentido y verdadero, que me acompañaran en la tremenda paz y serenidad con la que me iba. Expiré y mientras me elevaba por encima de la habitación, vi que dejaba a personas serenas y llenas de una profunda esperanza que ya nadie les podría arrebatar.

El espacio entre vidas, como siempre, muy nebuloso. Imagino que cuando me lleguen las grabaciones y lo recupere, haré un pequeño monográfico de lo que allí pasó.

La sesión terminó, y Cristina me abrazó agradeciendome la sesión. Me comentó que esa vida en particular había ayudado a algunos personas que estaban allí esa tarde.

Mañana contaré cómo Cristina me conduce a la vida causa de todo esto y donde entiendo mejor las pautas y negaciones que he arrastrado en muchas de mis vidas y digo en muchas y no en todas, porque en las siguientes regresiones, me enviará a vidas donde pude expresar algunos dones, donde di y viví según otros parámetros de experimentación.

Creo que por hoy todos hemos tenido bastante.....

Un abrazo con todo mi cariño a vosotros, todos los que me estáis acompañando en este viaje, el que os relato y el que estamos compartiendo en esta vida....

Enri

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